sábado, 19 de junio de 2010

Acá el fútbol [Sábado 19 de Junio del 2010]

El jueves pasado, en las plazas del país, en los restaurantes y en las oficinas públicas, en los hogares y en cualquier lugar donde hubiera una televisión con la trasmisión del partido México versus Francia: la catarsis. Toda felicidad. Todo alborozo. Un gol, y los gritos. Dos goles, y lo indescriptible. Ganar a Francia, ganar a un país de la “elite” mundial, ganar a un campeón, eso…, eso es inefable. 

Pero, ¿hasta dónde?, ¿cuánto se debe celebrar? La alegría se desborda y en demasía: estallar en júbilo, volverse locos y decir que pronto ya somos campeones, con el simplemente hecho de vencer a un combinado francés que no anda bien y que es dirigido deficientemente, es pecar un poco de ingenuidad. Es demasiado optimismo y demasiada influencia de las televisoras: no se puede hacer, ya, de la selección nacional (sin duda, un equipo bueno, que juega alegre, pero que tiene amplias limitaciones) un contendiente serio a levantar la Copa del Mundo. Calma: eso, calma se precisa. 

El pueblo de México necesita celebrar algo, lo que sea. La alegría anda ausente por estas tierras: muerte y pobreza, injusticias y desigualdad, lágrimas e impotencia. Por todas partes un futuro incierto y de malos augurios. ¿Será por eso que se celebra tanto y tan fuertemente un triunfo de la selección nacional en el Mundial? Sin duda el duopolio televisivo han puesto patrioterismo en cada transmisión, en cada programa y en cada palabra de los comentaristas y “analistas deportivos”. Pero también es cierto que un triunfo del equipo nacional significa una forma de escaparse, de meterse ilusiones en la cabeza, de ver, como utopía pronta a cumplirse, a 23 jugadores con camisa verde levantar una Copa Mundial. Eso hace sonrisas, aunque sean ahí, en la ilusiones. Y es que acá, todos los días, en este país, las ilusiones se esconden, se ponen lejanas: y lo que hay es una realidad dura, cruel y llena de cuitas.

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